
Este descubrimiento, hecho por pura casualidad, ha demostrado que el hipoclorito, más conocido como lejía, ataca a las proteínas esenciales de las bacterias y termina matándolas.
El poder desinfectante de la lejía sigue el mismo mecanismo que si sometes una proteína a altas temperaturas: las proteínas comienzan a perder su estructura tridimensional, se aglomeran y forman conjuntos grandes e insloubles, y como ya no vuelven a su estado original, las células estresadas donde se encuentran mueren.
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